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El espacio que ocupan las cosas

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Esta es una pequeña reflexión sacada del ocio de la noche, cuando el cuerpo y la mente aún tratan de recuperarse del cansancio del día que ha pasado, y siguen sin sentirse aptos para enfrentar el día que sigue.   En esos momentos, es cuando me acomodo en el sillón de mi sala, el agarro el celular y comienzo a navegar en redes sociales, viendo memes, leyendo noticias de actualidad, enterándome en qué andan mis conocidos y familiares, las promociones de los restaurantes locales, y las ilustraciones y fotografías recientes de todas las cuentas de arte y viajes que avariciosamente colecciono, y que llenan el 90% de mi carrete de noticias o “feed”. Hoy precisamente en ese ritual diario, encontré una publicación que llamó fuertemente mi atención, de una de esas páginas que se encargan de despertarle a uno la nostalgia de los años 90’s y “los buenos tiempos” cuando éramos niños.      La publicación decía lo siguiente: ¿Quién querría tenerlo todo en el bolsillo, cuando podías tener toda una ha

Extraño el centro

Extraño el centro....tengo casi año y medio sin ir a pasear por sus calles en la tarde xalapeña. De arriba a abajo, extraño ir a mirar chácharas en la Plaza Clavijero y Casa Ahued, comer pizzas y sandwichitos de jamón con queso en Torres,  ir a la sección de velas, yerbas y brujerías del Jauregui, ir a comer ramen y a ver y comprar cositas de anime en  Plaza Real, comer camarones en el buffet chino de Carrillo Puerto, probarme ropa en Cuidado con el Perro, Vertiche y las boutiques junto a Catedral. Extraño comerme una banderilla de salchicha en el parque Juárez, entrar al Ágora, tontear en el mirador junto a la araucaria, sentarme en las gradas del teatro al aire libre. Extraño ir a Miniso y querer llevarme todo cada vez, ir al callejón del diamante y a la tienda china del pasaje Tanos. Al pasaje de los libros y a esa tienda llena de inciensos y gnomos que está dentro del mismo, y la de rock, juguetes y ropa gótica que está a lado. Tomarme un cafecito en el Moretto o el Bola, viendo a

Homo Ludens

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Larga es la cuarentena e insuficientes las diversiones disponibles para hacer que los días pasen más ligeros. Conozco gente que ha vertido toda su energía en ejercitarse y bajar con éxito de peso, algunos otros han devorado el catálogo entero de Netflix, y unos cuantos más han leído más libros en estos meses que en toda su vida. Por otro lado están los que renovaron su jardín, su closet, su cocina, aprendieron un nuevo idioma, adoptaron una mascota. Y por último, tenemos a este particular y numeroso grupo de personas que probablemente perdieron una dioptría entera de vista y ganaron una tendinitis crónica mientras pasaron innumerables horas en el celular viendo las redes sociales o jugando jueguitos de fichas.  En lo personal, he hecho de todo en los meses precedentes. Dormir mucho, comer más, pero también hacer dieta y ejercicio, ordenar la casa, deshacerme de cosas que ya no usaba, escribir un par de artículos, leer un par de libros, ver muchas series y caricaturas, y claro, por qué

El arte perdido

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Son las 12 y media del día, ya se siente el calor, aunque no tanto como el de semanas pasadas; se agradece el bajón de temperatura. Veo las redes sociales mientras encuentro el momento ideal para comenzar este texto. Las novedades no son tales, coronavirus, nueva normalidad, disturbios en EUA... el mundo yéndose a la mierda, pues. Pero creo que de cualquier forma, el mundo se ha estado yendo a la mierda de poco en poco desde hace unos cuantos siglos, nada distinto esta vez.  Sin embargo, hay un aspecto de esta crisis actual que me llama la atención, y que creo sí marca una sustancial diferencia respecto de los "apocalipsis" anteriores.  Quitando de en medio el inútil debate de si el virus existe o no (porque no quiero amargarme el día hablando con esas criaturitas que dicen que es un invento del gobierno) el gran pleito social hoy en día es el respeto de la cuarentena. Hay países que ya están haciendo torpes intentos por regresar a la llamada "nueva normalidad", rea

Ni los veo ni los oigo

Ayer tuve uno de esos días introspectivos en los que se plantea uno hasta el significado de la existencia mientras lava los platos. Todo empezó con un electrodoméstico fallido, pecata minuta de la cotidianidad de una casa, pero no para mi, no ayer. Por primera vez en mi vida le lloré a un aparato de cocina muerto, y no porque no se pueda reemplazar, sino que el fin de su vida útil marca un nuevo ciclo para casi todo lo que me rodea. Un día es la arrocera, otro día será una hornilla de la estufa y otro más, el refrigerador. Desafortunadamente ya no vivimos en aquellas épocas gloriosas en que un aparato duraba 30, 40 años. Ahora todo es de úsese y tírese, con la famosa obsolescencia programada que nos viene a recordar que no importa cuánto ahorres, cuanto desees conservar, todo termina yéndose a las manos de unos cuantos empresarios. Siempre. Mientras limpiaba mi cocina del desastre de agua de arroz que se salió del aparato, pensaba en tanta gente que vive estas microrealida

Día cero

No es tan fácil darse cuenta cuando se está tocando fondo. Quien lea esto piensa que estoy en problemas de drogas o cosas terribles, pero no, sólo se trata, como siempre, de un poco de duda existencial. ¿Qué hago aquí y hacia donde voy? Es probable que en otras épocas la gente no llegara a estos puntos, pues la vida era un tanto más sencilla y a la vez limitada. Un espacio, un lugar, un tiempo y obstáculos a superar. Sin embargo hoy en día con la existencia de las redes sociales y del internet, nos topamos de frente a diario con múltiples tiempos, historias y lugares. Cientos de miles de datos que nos dicen: tu camino no es el único, tu espacio no es el único, tus opciones no son pocas, son millones. Eres comunicólogo pero ¡mira todos estos asombrosos perfiles e historias en Facebook e Instagram!, pudiste haber sido deportista o bailarina, o cantante, pudiste irte de viaje por el mundo, pudiste buscar trabajo en otro país, pudiste dejar crecer tus uñas y tu cabello, pudiste ahorrar di

Comienzos y recomienzos

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Cuando se habla en la televisión, la internet o las películas acerca de cumplir 30 años, cuatro escenas me vienen a la mente, una, la de la femme fatale con copa de martini en mano, tacones de aguja y minifalda sensual, que usa el cabello en seductoras ondas y los labios rojos, y que siempre huele a un buen perfume. La herencia de Sex and the City nos retrata a una mujer de treinta y tantos que vive en la ciudad, se divierte, con un buen trabajo y un mejor cuerpo, con muchos pretendientes pero libre y sin ataduras. La chica que muchas sueñan con ser: empoderada, coqueta y feliz. Por otro lado, viene a la mente la imagen de una linda mujer con ropa casual, que carga en brazos a un bebé regordete y hermoso, o que riega las plantas de su propio jardín, que quizá no se ve tan sensual como la primera -amén de que detrás de esas ropas cómoda esconde un cuerpo de primera- pero que irradia orgullo de sus propias conquistas: una casa propia en los suburbios, un esposo guapo y exitoso que a