Cassandra
Cassandra me habla en sueños, y me susurra al oído: 'Ese caballo será la destrucción de Troya', me suplica que le prendamos fuego, que lo alejemos lo más posible de nuestros templos y hermosos jardines; Cassandra augura entre s ollozos: '¡Ninguna gloria de tal tamaño puede venir sin un sacrificio!'. Pero, ¡oh! pobre Cassandra, maldita por el Dios Apolo, sus profecías no han de ser creídas por nadie, ni siquiera por mí. Así que la ignoro, y acallo sus llantos encerrándola en un calabozo, recibo con ciega e inocente alegría la llegada del Caballo, y me voy a dormir, a soñar con él. Y no me doy cuenta de que mientras duermo embelesado, el terrible corcel revela su oscuro secreto, y desata su furia contra todo lo que construí con tanto esfuerzo detrás de mis fuertes y seguras murallas, y saquea y desgarra, y me deja en la ruina, llorando, moribundo, junto con Cassandra, la peor de mis tragedias, la que yo invité a mi propia casa ...