Ni los veo ni los oigo



Ayer tuve uno de esos días introspectivos en los que se plantea uno hasta el significado de la existencia mientras lava los platos. Todo empezó con un electrodoméstico fallido, pecata minuta de la cotidianidad de una casa, pero no para mi, no ayer.

Por primera vez en mi vida le lloré a un aparato de cocina muerto, y no porque no se pueda reemplazar, sino que el fin de su vida útil marca un nuevo ciclo para casi todo lo que me rodea. Un día es la arrocera, otro día será una hornilla de la estufa y otro más, el refrigerador.

Desafortunadamente ya no vivimos en aquellas épocas gloriosas en que un aparato duraba 30, 40 años. Ahora todo es de úsese y tírese, con la famosa obsolescencia programada que nos viene a recordar que no importa cuánto ahorres, cuanto desees conservar, todo termina yéndose a las manos de unos cuantos empresarios. Siempre.

Mientras limpiaba mi cocina del desastre de agua de arroz que se salió del aparato, pensaba en tanta gente que vive estas microrealidades diariamente pero que ya no puede remediarlas, porque ya no alcanza el sueldo de ese mes para una reparación y menos para un cacharro nuevo o usado.

E irremediablemente aterricé en el tren de pensamiento de la hundida economía mexicana, de lo poco que percibimos y lo caras que son las cosas, hasta las más básicas. En este país la mayoría de la gente debe contentarse con sobrevivir, y no conoce el desarrollo personal o la autorrealización, pues vive para ganar un poco de dinero y gana ese dinero para pagar servicios, rentas, deudas, créditos y demás.

Vivir al día, como comúnmente se le llama, es casi siempre una costumbre impuesta por el sistema, y no el producto del derroche o la mala planeación. Puedo poner nuestro ejemplo, el de mi esposo, hombre ahorrador y bien organizado, que a pesar de todos los esfuerzos y reestricciones impuestas en la casa, aún no ve la posibilidad de ahorrar el excedente de su sueldo, porque nunca hay tal. Y aunque debemos agradecer que podemos vivir sin deudas, sin tener que pedir prestado, eso me hace preguntarme, ¿Es justo vivir así, con lo justo para sobrevivir y tal vez salir un par de veces a cenar, sin la posibilidad de planear, de proyectar, de disfrutar de algo más?

Yo soy amante de la cultura japonesa, quien me conoce lo sabe, y entre más la conozco leyendo artículos sobre su historia, arte, cultura y sociedad, o viendo videos que retratan sus ciudades y paisajes, me queda siempre ese anhelo, sí, de viajar un día al país del sol naciente, pero también un amargo sabor de boca al contrastar esa vida con la de mi país, al salir de mi edificio y enterarme que asaltaron con arma de fuego por segunda vez en el semestre, el Oxxo de la esquina, o ver las heces de un perro embarradas en la banqueta, que ni su dueño ni nadie, ni siquiera el dueño de la casa frente a la que el perrito hizo la gracia, tuvo bien a recoger.

Pues bien, platicando un poco de esto con mi esposo, él me dijo algo interesante que quiero traer a colación. “Deberías desintoxicarte de las redes sociales, porque en ellas solo encuentras malas noticias de la economía, de la nota roja, de la política, y eso te genera un mayor estado de angustia”.

Creo que tiene razón y no, al mismo tiempo. Alguna vez el loquito de Vicente Fox dijo que él era feliz porque no leía periódicos, y aunque todo el país se molestó con la audacia de su ignorancia, probablemente lo haya dicho con sinceridad. Ojos que no ven…

Y en mi caso, al no ser yo presidenta de México, creo que lo mejor sería dejar un rato el boletín de malas noticias y simplemente existir. Yo no voy a salvar al estado enojándome diario por los desatinos del gobierno local, ni voy a salvar la cuarta transformación peleando a los insultos con otros desconocidos en los foros de facebook, tampoco voy a salvar el medio ambiente viendo videos horribles de animalitos atrapados en pedazos de basura. No digo que deje de interesarme mi entorno, pero sí digo que parte del pesimismo y depresión que rodea a los mexicanos viene de los medios de comunicación.

Lo mejor será vertirme en una terapia ocupacional. Leer novelas de suspenso, ver películas de acción o fantasía, dibujar mientras oigo música y canto, cocinar, dormir, hacer ejercicio, regar las plantas, seguir aprendiendo idiomas, y aceptar que es más seguro que las buenas noticias vengan a tocar la puerta o a llamar por teléfono, si no estoy en ese eterno estado de negatividad.

Si no estoy yo para cuidarme, ¿Quién?

Por lo tanto, si quieren enterarse de cómo está la situación nacional, ya no me pregunten a mí, que no voy a saber qué contestar.

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