Memorias
"¿Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas?
¿Es que vivimos sólo para tener memoria de nuestra vida?
Porque sucede que hasta la esperanza es memoria
y que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir..."
Jaime Sabines
Si hay algo en este mundo que nos conforma, nos forma y nos deforma, eso es el pasado.
Bien dice el buen Sabines que se vive para recordar la vida. Porque ¿de qué otra forma si no, pasaríamos los ratos en silencio, los momentos antes de dormir, la vejez, si no es recordando?
Algunos dicen que la vida está hecha de momentos, que se debe vivir el hoy. Sin embargo, es una realidad que la mayoría pasamos la vida pensando en el ayer, en los buenos tiempos, en los malos, en los peores. La vida más bien, está hecha de memorias. La vida es lo que se ha vivido, es el pasado.
Y esto no quiere decir que no podamos disfrutar el presente, sin embargo, ese presente como los buenos vinos, adquiere un sabor especial cuando se convierte en una evocación, en una sonrisa, en un suspiro. Por eso escribimos diarios, tomamos fotos, o compramos souvenirs. Porque queremos que todo aquello que nos hizo sentir alegres, se quede en la memoria como un instante suspendido en el tiempo. Porque todo lo que hacemos, lo hacemos para construir un pasado feliz, no un futuro.
Los que tenemos miedo a la muerte, lo tenemos no por lo que sigue después de ella, sino por lo que nos faltó vivir. Nos preocupa más coleccionar recuerdos de paisajes con vivos colores, de risas, de canciones, de sabores, de lágrimas, de olores, de besos, de cielos estrellados o montañas rusas, que las vivencias mismas. ¿Cuántas madres no se pierden año tras año el número de baile de sus hijos en la escuela por estar enfocando el zoom de la cámara fotográfica o sosteniendo firme la videocámara para tener una buena toma? No les interesa perderse el bailable mismo con tal de preservarlo en un recuerdo.
Somos una humanidad que vive en el pasado y del pasado. Las fiestas nacionales son para celebrar lo que alguna vez fuimos en una revolución, en una independencia, en una batalla. Los cumpleaños se festejan por el número de años cumplidos, no por los que faltan. La experiencia se mide en vivencias, no en proyectos.
Cada segundo que pasa, es un segundo pasado... el tiempo está en fuga constante, llevándose consigo cada vez, una parte de toda la existencia. Pero es precisamente todo lo que se ha ido, lo único que tenemos de real. Es lo único que podemos contemplar y admirar. El pasado se erige detrás de nosotros como un monumento a la humanidad, es por ese pasado lleno de triunfos o sufrimientos, que seguimos viviendo, que seguimos luchando.
Hago esta apología de los recuerdos porque hoy descubrí su enorme poder. Esta mañana en la que desperté inmersa en el hoy, en la rutina, empapada hasta los codos de presente, accidentalmente abrí unos mensajes de correo electrónico antiguos que intercambié con mi papá y mi hermana cuando fui de viaje a Italia hace unos años.
En ese momento fui transportada mágicamente a aquellos momentos. Pude sentir en el estómago la emoción mezclada con nervios que tenía cuando me fui yo sola en un avión, con una maleta inmensa al otro lado del océano. Pude respirar el aire cálido de una Florencia bellísima que me recibió un 26 de julio a las 6 de la tarde. Tuve en mi nariz el olor de las sábanas de la casa donde me hospedé, y en mi boca el sabor del café que tomé la primera mañana, del agua directa del grifo.
Mi mente siguió en este viaje astral recorriendo todos esos maravillosos días en los que hablaba todo el día en otro idioma y entendía y me hacía entender, en los que conocí a Manuela, a Lorenzo y a Caterina, mis maestros en la escuela de idiomas; a Maya, la "pazza" suiza-chilena-boliviana; a los húngaros, Melinda, Péter grande, Péter chico, Adam y Kata; los suizos Erwin y Sandra; a Raquel y Miguel, los españoles bailarines.
Recordé el sabor del "gelato di limone", de la "panna cotta", de los mojitos que servían en el "Mojo", los colores del Duomo (la catedral), la vista -mi vista favorita- de la Piazza della Signoria.
Tuve ante mi los callejoncitos empedrados y las casas de viejos tejados, la textura de los pasamanos de los autobuses, el sonido que hacía la máquina que convalidaba los boletos de abordaje, los nombres de las calles: Via dei Benci, Via Garibaldi.....ya comienzo a olvidar algunos y eso me da un súbito ataque de angustia.
Pero continúo con el recorrido y llego al David de Michellangelo, al silencio de los museos, a las maravillosas pinturas de Caravaggio y Boticelli, las iglesias y la mantolina que se debe usar forzosamente para cubrirse los hombros desnudos en los recintos sagrados. Entonces recuerdo mis hombros requemados por el sol, mis pies prácticamente deformes de tanto caminar, y las sandalias blancas que usé hasta el cansancio, mi cabello rojo recién teñido especialmente para la ocasión... mi cabello.... largo y rizado, mis antiguas cejas sin delinear, mi sonrisa despreocupada.
Entonces el recuerdo de mi aspecto, me hace regresar de golpe, me arranca del viaje y me trae de nuevo a la pantalla y al teclado, a la oficina, al ruido de los autobuses, a las deudas, a las cosas que quería olvidar con este viaje mental... y hago un nuevo esfuerzo por reemprender la marcha, evoco otros momentos de mi viaje, y ya no puedo, entra y sale la gente, hace ruido, me hablan, me distrae la música que uno de mis compañeros tiene a todo volumen sin que siquiera me hubiera dado cuenta, tambien me percato de que tengo frio y sueño, y una pierna entumida por sentarme en mala posición.
Una ola de resentimiento me invade y me concentro el triple para volver a escapar a la Toscana. Y entonces llega de nuevo el recuerdo a raptarme. El color del cielo. De un azul intenso, sin nubes que lo empañen, sin contaminación. Bajo la vista y me topo con el río Arno, con el nivel de agua muy bajo por la época, y pequeños murciélagos (pipistrellos!!) que viven debajo de los puentes... el Ponte Vecchio, con sus casitas simuladas como si fueran de juguete, los puestos de souvenirs llenos de postales y figuritas (cinque per un euro), los vendedores ilegales de litografías, siempre pendientes de que no los vaya a encontrar la polizia o los carabinieri.
Un recuerdo de la guardia suiza me asalta, y entonces aparezco en el Vaticano, en las calles de Roma, en el Coliseo, bebiendo una cerveza Corona delante del coliseo, acompañada por un par de españoles que cantaban a gritos, bailaban y me hacían reír a cada momento.
Salto entonces de regreso a la escuela, a los ensayos para una obra de teatro que presentamos al final del curso. Mi corazón se encoje al recordar las despedidas, los adioses, el intercambio de correos electrónicos, el aire de Florencia entrando en mis pulmones para decirme "Nos volveremos a encontrar"... y entonces siento ganas de llorar...
El final del recuerdo me lleva a Venezia, a los canales, a una ciudad preciosa que no pude admirar con plenitud porque estaba sola, sin conocer a nadie, sola en la Ciudad del Amor, extrañando ya a una Italia que no quería dejar en tres días más. El viaje de regreso, mis lágrimas de tristeza, y al final el consuelo del reencuentro con la familia, seguido de la emoción por contarles con lujo de detalle todo lo que viví...
Empieza a saltar y a saltar la mente, se niega a abandonar la travesía, pero al fin lo hace, vuelve. Mi viaje a Italia se guarda cuidadosamente una vez más en el baúl de mi memoria. La mente queda en blanco. Un escalofrío me recorre el cuerpo.
Entonces me doy cuenta de que han pasado más de dos horas, dos horas en las que realmente regresé a Italia, caminé por sus calles, hablé con su gente, comí su comida, respiré su aire. Sonrío y suspiro (doble añoranza), y termino este post deseando que Florencia no me haya olvidado, así como yo no la he olvidado a ella, ni la olvidaré jamás.
Poderoso es el pasado, porque nos cambia la vida en segundos, nos regala el recuerdo más preciado de todos: el de la Vida.
¿Es que vivimos sólo para tener memoria de nuestra vida?
Porque sucede que hasta la esperanza es memoria
y que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir..."
Jaime Sabines
Si hay algo en este mundo que nos conforma, nos forma y nos deforma, eso es el pasado.
Bien dice el buen Sabines que se vive para recordar la vida. Porque ¿de qué otra forma si no, pasaríamos los ratos en silencio, los momentos antes de dormir, la vejez, si no es recordando?
Algunos dicen que la vida está hecha de momentos, que se debe vivir el hoy. Sin embargo, es una realidad que la mayoría pasamos la vida pensando en el ayer, en los buenos tiempos, en los malos, en los peores. La vida más bien, está hecha de memorias. La vida es lo que se ha vivido, es el pasado.
Y esto no quiere decir que no podamos disfrutar el presente, sin embargo, ese presente como los buenos vinos, adquiere un sabor especial cuando se convierte en una evocación, en una sonrisa, en un suspiro. Por eso escribimos diarios, tomamos fotos, o compramos souvenirs. Porque queremos que todo aquello que nos hizo sentir alegres, se quede en la memoria como un instante suspendido en el tiempo. Porque todo lo que hacemos, lo hacemos para construir un pasado feliz, no un futuro.
Los que tenemos miedo a la muerte, lo tenemos no por lo que sigue después de ella, sino por lo que nos faltó vivir. Nos preocupa más coleccionar recuerdos de paisajes con vivos colores, de risas, de canciones, de sabores, de lágrimas, de olores, de besos, de cielos estrellados o montañas rusas, que las vivencias mismas. ¿Cuántas madres no se pierden año tras año el número de baile de sus hijos en la escuela por estar enfocando el zoom de la cámara fotográfica o sosteniendo firme la videocámara para tener una buena toma? No les interesa perderse el bailable mismo con tal de preservarlo en un recuerdo.
Somos una humanidad que vive en el pasado y del pasado. Las fiestas nacionales son para celebrar lo que alguna vez fuimos en una revolución, en una independencia, en una batalla. Los cumpleaños se festejan por el número de años cumplidos, no por los que faltan. La experiencia se mide en vivencias, no en proyectos.
Cada segundo que pasa, es un segundo pasado... el tiempo está en fuga constante, llevándose consigo cada vez, una parte de toda la existencia. Pero es precisamente todo lo que se ha ido, lo único que tenemos de real. Es lo único que podemos contemplar y admirar. El pasado se erige detrás de nosotros como un monumento a la humanidad, es por ese pasado lleno de triunfos o sufrimientos, que seguimos viviendo, que seguimos luchando.
Hago esta apología de los recuerdos porque hoy descubrí su enorme poder. Esta mañana en la que desperté inmersa en el hoy, en la rutina, empapada hasta los codos de presente, accidentalmente abrí unos mensajes de correo electrónico antiguos que intercambié con mi papá y mi hermana cuando fui de viaje a Italia hace unos años.
En ese momento fui transportada mágicamente a aquellos momentos. Pude sentir en el estómago la emoción mezclada con nervios que tenía cuando me fui yo sola en un avión, con una maleta inmensa al otro lado del océano. Pude respirar el aire cálido de una Florencia bellísima que me recibió un 26 de julio a las 6 de la tarde. Tuve en mi nariz el olor de las sábanas de la casa donde me hospedé, y en mi boca el sabor del café que tomé la primera mañana, del agua directa del grifo.
Mi mente siguió en este viaje astral recorriendo todos esos maravillosos días en los que hablaba todo el día en otro idioma y entendía y me hacía entender, en los que conocí a Manuela, a Lorenzo y a Caterina, mis maestros en la escuela de idiomas; a Maya, la "pazza" suiza-chilena-boliviana; a los húngaros, Melinda, Péter grande, Péter chico, Adam y Kata; los suizos Erwin y Sandra; a Raquel y Miguel, los españoles bailarines.
Recordé el sabor del "gelato di limone", de la "panna cotta", de los mojitos que servían en el "Mojo", los colores del Duomo (la catedral), la vista -mi vista favorita- de la Piazza della Signoria.
Tuve ante mi los callejoncitos empedrados y las casas de viejos tejados, la textura de los pasamanos de los autobuses, el sonido que hacía la máquina que convalidaba los boletos de abordaje, los nombres de las calles: Via dei Benci, Via Garibaldi.....ya comienzo a olvidar algunos y eso me da un súbito ataque de angustia.
Pero continúo con el recorrido y llego al David de Michellangelo, al silencio de los museos, a las maravillosas pinturas de Caravaggio y Boticelli, las iglesias y la mantolina que se debe usar forzosamente para cubrirse los hombros desnudos en los recintos sagrados. Entonces recuerdo mis hombros requemados por el sol, mis pies prácticamente deformes de tanto caminar, y las sandalias blancas que usé hasta el cansancio, mi cabello rojo recién teñido especialmente para la ocasión... mi cabello.... largo y rizado, mis antiguas cejas sin delinear, mi sonrisa despreocupada.
Entonces el recuerdo de mi aspecto, me hace regresar de golpe, me arranca del viaje y me trae de nuevo a la pantalla y al teclado, a la oficina, al ruido de los autobuses, a las deudas, a las cosas que quería olvidar con este viaje mental... y hago un nuevo esfuerzo por reemprender la marcha, evoco otros momentos de mi viaje, y ya no puedo, entra y sale la gente, hace ruido, me hablan, me distrae la música que uno de mis compañeros tiene a todo volumen sin que siquiera me hubiera dado cuenta, tambien me percato de que tengo frio y sueño, y una pierna entumida por sentarme en mala posición.
Una ola de resentimiento me invade y me concentro el triple para volver a escapar a la Toscana. Y entonces llega de nuevo el recuerdo a raptarme. El color del cielo. De un azul intenso, sin nubes que lo empañen, sin contaminación. Bajo la vista y me topo con el río Arno, con el nivel de agua muy bajo por la época, y pequeños murciélagos (pipistrellos!!) que viven debajo de los puentes... el Ponte Vecchio, con sus casitas simuladas como si fueran de juguete, los puestos de souvenirs llenos de postales y figuritas (cinque per un euro), los vendedores ilegales de litografías, siempre pendientes de que no los vaya a encontrar la polizia o los carabinieri.
Un recuerdo de la guardia suiza me asalta, y entonces aparezco en el Vaticano, en las calles de Roma, en el Coliseo, bebiendo una cerveza Corona delante del coliseo, acompañada por un par de españoles que cantaban a gritos, bailaban y me hacían reír a cada momento.
Salto entonces de regreso a la escuela, a los ensayos para una obra de teatro que presentamos al final del curso. Mi corazón se encoje al recordar las despedidas, los adioses, el intercambio de correos electrónicos, el aire de Florencia entrando en mis pulmones para decirme "Nos volveremos a encontrar"... y entonces siento ganas de llorar...
El final del recuerdo me lleva a Venezia, a los canales, a una ciudad preciosa que no pude admirar con plenitud porque estaba sola, sin conocer a nadie, sola en la Ciudad del Amor, extrañando ya a una Italia que no quería dejar en tres días más. El viaje de regreso, mis lágrimas de tristeza, y al final el consuelo del reencuentro con la familia, seguido de la emoción por contarles con lujo de detalle todo lo que viví...
Empieza a saltar y a saltar la mente, se niega a abandonar la travesía, pero al fin lo hace, vuelve. Mi viaje a Italia se guarda cuidadosamente una vez más en el baúl de mi memoria. La mente queda en blanco. Un escalofrío me recorre el cuerpo.
Entonces me doy cuenta de que han pasado más de dos horas, dos horas en las que realmente regresé a Italia, caminé por sus calles, hablé con su gente, comí su comida, respiré su aire. Sonrío y suspiro (doble añoranza), y termino este post deseando que Florencia no me haya olvidado, así como yo no la he olvidado a ella, ni la olvidaré jamás.
Poderoso es el pasado, porque nos cambia la vida en segundos, nos regala el recuerdo más preciado de todos: el de la Vida.
Muy bonito texto. Por esos conceptos y esa forma de escribir te recuerdo siempre y me recuerdo a mí mismo.
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