Miedo


A estas horas de la noche –la medianoche, para ser más precisa- hago el enorme esfuerzo de escribir, de dar a luz a una idea, pero no viene nada a mí… Y tuve miedo de pensar que mi inspiración se agota, que ya no tengo nada más que escribir…
‘Es el miedo’… algo dentro de mí respondió.  ‘Sólo es el miedo’.
No lo había pensado de esa forma. ¿Es posible que esa falta de inspiración, de motivos, sea sencillamente producto del miedo?
Yo no creo tenerle miedo a las palabras, o a transmitirlas, al contrario, son mis mejores amigas, a veces las únicas que tengo. Pero no se por qué, esta vez coincidí con esa respuesta: sí tengo miedo. Y ese miedo no me deja escribir.
He tratado ya varias veces. Al principio se lo atribuí a la tristeza, luego a la decidia, y luego a la distracción, pero aun así seguía sintiendo atoradas muchas palabras en la garganta y los dedos, palabras que quieren salir, pero no saben cómo. Fue por eso que decidí pausar por un momento el tren de mi vida y de mis emociones, y obligarme a este ejercicio de catarsis para resolver de una vez por todas, la cuestión de mi bloqueo de escritor.
Y qué mejor que escribir acerca de lo que me aqueja para poder entenderlo. El famoso miedo.
Es como un parásito, que vive en el cuerpo y se alimenta de nuestras certezas. Lentamente, casi sin que nos demos cuenta, va extendiéndose más y más, hasta que el cuerpo comienza a sufrirlo. Y es cuando debemos tomar la decisión de combatirlo, o de permitirle apoderarse de nosotros.
Cuando somos pequeños el miedo se nos representa en forma de cosas desconocidas y básicas: el interior de un armario entreabierto, el espacio bajo la cama antes de dormir, la oscuridad absoluta, la repentina ausencia de nuestra madre o padre. Es una descarga de adrenalina que no comprendemos, y que nos hace llorar, pedir ayuda.
Y luego crecemos, y vemos a nuestros miedos transformarse junto con nosotros, dejar de ser sombras y fantasmas, convertirse en entes de una naturaleza mucho más distinta.
¿Qué es lo que a los adultos nos da miedo? ¿La muerte? ¿La soledad? ¿La enfermedad? ¿La vida misma?
Bien se podría decir que sí a todos los casos, dependiendo del individuo. Sin embargo, hay una cosa que podría reunir todas las anteriores, y eso es El miedo al miedo. Sí, el miedo al propio miedo bien explica muchas situaciones nos provocan temor y sufrimiento.  
¿Tenemos miedo a la muerte? O más bien, ¿tememos a lo que hay después de ella? Y si no conocemos lo que hay después, ¿cómo podemos temerle?
¿Tememos a la soledad? O es quizá temor de comenzar una nueva vida distinta a la que nos unía a alguien más.
¿Acaso nuestro temor a la enfermedad pudiera ser miedo de no volver a la salud, al lugar del cuál partimos?
Lo mismo con el miedo a viajar, a emprender nuevos proyectos, a equivocarnos. Todos a mi parecer son incertidumbres; y el miedo a lo desconocido es miedo al miedo mismo.
Yo no puedo escribir nuevos temas porque las veces que me he sentado al teclado, la pregunta no ha sido la correcta: ¿Qué quieres decir?.... sino que ha sido: ¿Les gustará lo que quieres decir?
Craso error de escritor, escribir para el público y no para sí… Y eso, no es más que miedo al error, o al fracaso.
El fracaso es uno de mis “miedos”… Y cómo no lo sería, si desde chica viví al servicio de las buenas calificaciones, y en estos años empeñada en “dejar mi huella”. Y todo eso no me sirvió más que para generarme estrés y ansiedad, la necesidad de tener siempre un buen resultado.
No se cómo explicarlo, pero tal pareciera que en cierto punto de mi vida dejé que mis pequeños éxitos cotidianos se convirtieran en el alimento de mi espíritu.
Y entonces la vida se dedica a hacer lo suyo, y entre más voy creciendo, más y más me doy cuenta de lo equivocada que estaba al creer que yo era eso, que yo era sólo lo que lograba.
No. De unos años para acá he tropezado, he caído, me he raspado y ensuciado mis zapatitos boleados, y todo por pensar que las cosas son fáciles.
Pero si una cosa he comprendido, es que el error, el propio error te da muchas más cosas que el acierto. El error te enseña y además te fortalece, te hace valiente al tener que optar por nuevos caminos, te sacude y derriba prejuicios.
Sin embargo aún tengo problemas con ese miedo al error. “En mi mundo ideal” diría alguien que conozco, eso no debería ser así, las cosas deberían salir como uno espera que salgan. Pero no lo hacen, el 50% o más de las veces, las cosas simplemente no salen como uno espera.
Actualmente mis temores se han centrado en la incertidumbre del rumbo que mi vida ha de tomar. A diario tengo mil epifanías y a diario las reconstruyo. Por un instante, siento que la luz entra a mi cabeza y al siguiente, todo se vuelve confuso otra vez.
Pero es que me hice a la pésima costumbre de esperar que todos mis planes y proyectos fueran grandes éxitos, y por lo menos en los meses pasados, todos han sido fracasos rotundos.
Al principio el golpe del fracaso me dolió mucho, me derribó por completo, me apabulló, me dejó indefensa. Después, un siguiente fracaso me volvió a tirar, absorta, cuando creía que el primero sería el único. El tercer fracaso me deprimió, me hizo dudar de mí, del sentido; y así, una vez más volví a fracasar, esta vez en una estrepitosa caída, con heridas y dolor… para volver a fracasar una última vez hasta el momento, dejándome casi divertida, incrédula, incapaz de sentir más incomodidad.
Cinco descalabros en poco menos de dos años. ¿Alguien podría explicarme?
No. Nadie puede explicar esas cosas. Puede ser karma, puede ser una racha, mala suerte, mala vibra, mala energía o vibración… Pero yo creo que es algo todavía más fundamental.
En este tiempo, olvidé preguntarme si todo eso que estaba haciendo era lo que yo quería hacer, lo que los demás esperaban que hiciera, o peor, lo que me forzaba a hacer por no tener más remedio.
Entonces me di cuenta, sin que fuese una gran epifanía, tan sólo un razonamiento, que todas mis caídas recientes han sido culpa de mi temor. Culpa mía y de nadie más.
No se lidiar muy bien con el error, con la incertidumbre, con el fracaso, o por lo menos no lo estaba intentando.
Creo que fue en el descontón del penúltimo de mis “infortunios” que pensé: Sí, esto duele, duele mucho, muchísimo, pero ¿qué más da?... ¿Acaso me voy a morir si esto no sale como yo quería? ¿Y si así hubiera sido, es esto lo que representa mi felicidad?... No, no lo es, entonces, ¿por qué siento que todo está mal, cuando nada está mal realmente?
Y entonces lo tomé como dicen, con filosofía. Y me parece que es ahí donde entra la reflexión.
Tomarse las cosas con filosofía es todo un arte, pero ya que se domina, la vida se vuelve mucho más sencilla.
¿Cuántas veces no sentimos angustia porque perdimos el autobús, aun sin llevar prisa, o porque la persona que esperamos para una reunión esta demorando más de la cuenta?
Son cosas que nos contrarían, sí, pero ¿acaso son motivo suficiente para sentir temor?
Si nos detuviéramos en cientos de situaciones cotidianas similares, respiráramos profundo y dijéramos ´Si, bueno, qué se le va a hacer’, probablemente todo ese miedo dejaría de habitar por aquí y por allá dentro de nosotros.
Cosas como hablar en público, confesar verdades incómodas, darse cuenta de que se ha tomado el camino equivocado en la carretera, hasta algo tan burdo olvidar el teléfono celular en casa, no son ni deben ser motivos de angustia, para nada.
Yo no tenía la menor idea de qué escribir, porque tenía miedo de que mi texto no fuera lo suficientemente bueno, y miren, ya voy por la tercera página. Y no me importa si lo que escribí es bueno o malo, ahora lo único que me hace feliz es saber que lo pude hacer, y ya.
A lo mejor he descubierto recientemente que mi camino en la vida se está alejando de la academia para la que según yo me preparé toda mi vida; pero eso no significa que no haya otras cosas para mí allá afuera.
Yo no se si me vaya a volver a caer o no, pero lo que sí se es que quiero intentar eso de seguir caminando. El miedo paraliza los sentidos, los obnubila, y si dejamos que lo haga, entonces las cosas dejan de suceder.
Me detendré en este momento, porque tengo otros temores en la lista, miedos que sigo trabajando, pero que mejor conviene mantenerlos ahí por ahora, aspectos que –para mi sorpresa- empiezan también a ceder ante una actitud serena… después de todo, ‘esto también es pasajero’.
Tal vez es que ya me cansé de vivir presa de la angustia. ¿Por qué debería ser esa mi condición permanente? ¿Quién lo ordena? Yo no, así que no veo razón para seguir así.
Así que no más miedo, no más angustia, no más pánico inútil. Ya me comí suficientes uñas, ya me arruiné la vesícula lo suficiente, ya lloré y ya temblé. Ahora es tiempo de ser feliz, así, con todo lo que hay, pero sobre todo, en espera de todo lo que falta, eso que aún no conozco pero que ya tiene mi nombre escrito. Y que para llegar a ello, hace falta recorrer todos estos obstáculos.
Me voy a dormir ahora, en calma, segura de que pase lo que pase, si yo actúo con armonía, armonía habrá.
Nighty night…




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