Para mi abuelito Emilio

Que esta sea nuestra despedida, pero no para siempre, porque algún día nos hemos de volver a ver para reír y comer juntos.



‘¿Dónde estará mi abuelo?’. Eso fue lo que mi hermana Frida me preguntó hace unas horas, cuando tristes y exhaustos volvimos todos juntos -en familia, en unión, como a ti te gustaba- de despedirte de este mundo, a ti nuestro patriarca, mi consentido, mi querido abuelito Emilio, o como eras conocido por todos, Don Emilio Cárdenas Cruz.

La verdad, es que esa misma pregunta me hice durante todo el día de ayer, cuando después de una intensa batalla decidiste que ya era suficiente, que era momento de ir a descansar, de volver a ver a esos que ya te estaban esperando, a tus papás, a tus hermanos; y no hallaba yo una respuesta.

Hoy ha sido un día muy largo, de muchas lágrimas y mucho sentimiento. Pero mejor así, mejor que te lloremos, que te extrañemos y que nos duela, porque eso quiere decir que dejaste una huella muy grande en nuestros corazones, porque eras un hombre bueno, un caballero, un señorón, un padre y esposo ejemplar, un gran periodista, un maestro, un tierno abuelito.

Y eso lo reflejaste no sólo con nosotros, tu familia, sino con todos y cada uno de los que a lo largo de la vida te conocieron. Los cientos de mensajes, de flores, de abrazos y de llamadas que hemos recibido de familiares y amigos de todo el país son una prueba de lo grande que eras.

‘¿Dónde estás abuelo?... Dime algo si andas por ahí’. Eso fue lo que yo te pregunté también cuando salíamos todos juntos portando tus cenizas en una cajita, una cajita de buena madera, como la tuya, y que sin embargo le queda pequeña a tu gran trayectoria y a tu sabiduría, a tu bondad y a tu magia.

Y creo yo, convencida estoy, de que me respondiste en el acto. De forma clara, con una visión. Justo después de que te pregunté dónde estabas, apareció frente a mí la figura de un caballero. Un señor bien vestido con traje, corbata y abrigo, bien peinado, impecable, muy guapo a pesar del rostro infinitamente cansado y triste, y extraordinariamente parecido a ti… Pero no eras tú… era otro Emilio, mi papá Emilio.

Y entonces entendí que no te moriste, que no te puedes morir porque sigues vivo ahí, en tu herencia, en nosotros. Sigues vivo en mi papá, en su bondad, en su espíritu, en su honradez y rectitud, en su inteligencia, en su pluma, y también en la mía.

Vives de muchas formas en cada uno de nosotros. En los chistes y el buen humor de Frida, en todas las cosas que aprendieron de ti Valentina, Regina y Emilito, en los dibujos de Darcy, en la inteligencia y curiosas costumbres y formas de Ricardo y su Vicky, en las lágrimas de Paty, de Deirdre y de mi mamá, que te lloran como si hubieran perdido a su propio padre, en la disciplina y la devoción de Socorro, tu fiel escudera, a quien Dios le debe mil bendiciones por su infinito amor por todos nosotros a pesar de no compartir la misma sangre.

Ahí estas abuelito, vives en tus mariposas, las mariposas que te gustaban tanto, y que hablaban contigo cuando salías al jardín; pero sobre todo, vivirás por siempre y para siempre jamás en el corazón de tu Rosita, de nuestra Rosita, tu gorda querida, nuestra abuelita amada que te dedicó su vida entera y que te cuidó como las grandes cuando estuviste enfermo; que te llora pero que también se ríe a ratos y bromea, con esa chispa que nos calienta el corazón a todos hasta en la noche más fría, que nos inyecta amor y felicidad para que soportemos cualquier tormenta.

Debes estar seguro que aquí todas las cosas se quedan muy bien, porque tú las dejaste bien y en orden, típico de ti. Y por Rosita ni te apures, que nosotros la vamos a cuidar como se cuida a la rosa más bella de un jardín.

Ay abuelo… Cómo te voy a extrañar abuelito. Creo que nunca, jamás voy a dejar de hacerlo. Tus chistes, tu olor a jabón y toallitas húmedas, tu lentitud al bañarte, al arreglarte, al comer, las historias de infancia y de tus aventuras periodísticas que adoraba que me contaras, tus inventos y pomadas, tus coordinados bien planchados, tus ojos verdes, tan tranquilos, tan sonrientes, y tus manos, tus manos abuelito, mi abuelito querido.

Veinticinco años de conocernos fueron pocos, muy pocos, pero invaluables. Yo tengo sin embargo, en mi corazón, la tranquilidad de haber sido una buena nieta, una que te siempre te admiró y apapachó, que se moría de la risa con tus chistes, y que también te cuidó hasta el mero final.

Te escribo a pesar del enorme dolor que siento, porque es mi forma de darte las gracias, de desearte un buen viaje, de poder despedirme, para que puedas irte en paz, y yo, y todos nosotros podamos volver a sonreír al evocarte.

Te quiero viejito, mucho. Vete ya, con tus mariposas, con Dios. Hasta luego…

Tu Yurita



Comentarios

  1. Bellísimo y conmovedor. Gracias hijita por este texto. Te quiero muchi

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Quien me quiere mucho? El hijita puede venir de cualquier persona jeje... Pero de todas formas, yo también te quiero :)

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Una larga y mágica reflexión

El espacio que ocupan las cosas

¡Qué mujeres!