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Mostrando entradas de 2014

La Fridita

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Cuando nació estaba amarilla, muy amarilla, y teníamos que ponerla al sol para que agarrara color. Todavía me acuerdo cuando la sacaban en las mañanas sin ropa y la ponían a tostar, de un lado y del otro. Y ella siempre quitecita, sin hacer mucho ruido. Era el bebé más dormilón de todos, la acostaban a las 9 de la noche y se despertaba hasta las 7 de la mañana, sin interrupciones, sin llantos nocturnos, sin moverse siquiera de la posición en la que la dejabas. Cuando aprendió a incorporarse un poco se sostenía con la boca de la orilla del moisés y así se quedaba, con la mordida prensada mirando todo lo que había a su alrededor. Podía pasar horas enteras mirando la televisión y chupándose el dedo, sin parpadear, como en una especie de trance. Tenía los ojitos redondos y la cabecita suave, olía siempre rico, como a caramelo. Yo tenía 5 años y 7 meses cuando Frida vino al mundo. Al parecer me puse celosa por su llegada y hacía cosas como tomarme sus mamilas de agua y meterme a su c

Mamá

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-Vamos a la calle- me decías, y me ponías mi abriguito rojo, me abrochabas bien el cinturón de la carreola y las dos nos íbamos a pasear toda la mañana por las calles de un Madrid muy diferente al que me encontré hace unos meses. No se si esas imágenes de ti y de mi paseando juntas son recuerdos o construcciones que hice con los años, pero lo que sí recuerdo, es ese salto de alegría que me daba el estómago cada vez que tú me decías, 'Vamos a la calle'. También recuerdo tu gabardina negra de botones grandes, tus botas negras arrugadas, y te recuerdo delgadita y guapa, con tu pelo negro ondeado hasta los hombros y con un fleco de lado, con los labios muy rojos. Y el ceño siempre fruncido, pero los ojos buenos, buenos como tú. Nunca me trataste como se trata a los niños (como si fueran tontos), ni me decías, "el gua-guá", "el tic-toc", "el run-run",  me hablabas como a un adulto se le habla: "el perro", "el reloj", "

Bendito romance...

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Pasé meses sin escribir una palabra, y justo ahora que tengo tanto trabajo pendiente, las ideas empiezan a hervir. Empecé a escribir un ensayo de historia contemporánea y al cabo de dos horas tenía terminados dos cuentos cortos y unos versos de amor sin destinatario. Tal vez fue la renuencia de mi cerebro a trabajar en cosas serias, su eterna y necia renuencia a la normalidad. Ahora escucho a Tom Waits, al que descubrí hace unos años pero lo olvidé, y en 46 minutos he decidido que su música tiene que amenizar alguna gran fiesta que yo ofrezca para mis amigos y familia. Y no, no quiero hablar de mi hipotética boda, porque eso me provoca un nudo en el estómago, y he desayunado tan bien que no quiero arruinar mi digestión. Lo que sí se es que hay una de esas canciones, Little trip to heaven, que algún día me gustaría bailar con alguien, aún no se con quien, muy despacio, abrazados, en alguna azotea bajo la luna, como en las películas, con vino y velas, con flores en mi cabello, si