Por el camino púrpura
Esa noche por primera vez en su vida pudo ver la magia con sus propios ojos. Hasta aquel momento, la magia había sido tan sólo un anhelo oscuro y secreto en su corazón. Lo que de niña y joven fue una ilusión y un juego, con los años y los dolores de la vida real se había convertido en un polvoso recuerdo, y a ratos desesperados un deseo quimérico de salvación.
Pero aquella noche, aquella ventosa noche, a través de las lágrimas que le empañaban los ojos y los sollozos que le oprimían el pecho, vio la luz, que chisporroteaba alrededor suyo. Una chispa color púrpura que le iluminaba el rostro y que iluminaba débilmente la oscuridad del cuarto en el que se escondía.
A pesar de todo lo que estaba pasando, a pesar de todo lo que le dolía el alma, el corazón, vio el pequeño grano de luz saltarín y quedó hipnotizada. Las pupilas se le dilataron y la respiración se le calmó poco a poco. Ahí estaba, frente a ella, la prueba, la única prueba que necesitaba de que había algo más allá que la estaba llamando, algo distinto y especial, y que no era producto de su cabeza, pues el viento entraba por la ventana rota y soplaba, meciendo sus cabellos, haciéndole cosquillas en la cara. Había demasiado detalle en aquel pequeño instante suspendido en el tiempo, demasiadas sensaciones como para que fuese un sueño.
La pequeña luz se comenzó a mover por el cuarto y ella a gatas la siguió por entre las cortinas, pegada a las paredes, danzando hasta detenerse en el ropero. La cortina danzaba movida por el viento casi bailando al compás de la lucecilla, casi podría jurar que había una música muy antigua que sonaba para embellecer aquella danza.
La luz permaneció inmóvil junto al picaporte del viejo ropero, y aunque no había voz alguna, ella entendió lo que tenía que hacer. Estiró la mano tímidamente, y tomó la perilla para girarla con delicadeza. Abrió la puerta tirando un poco y automáticamente la pequeña luz retomó el vuelo y se introdujo en el fondo del ropero.
Ella no lo pensó dos veces, abrió la puerta de par en par y para su sorpresa, no encontró sus vestidos, sino un escalón de piedra, y luego otro, y luego otro más, y pudo sentir otra brisa que esta vez venía del final de esta misteriosa escalera. Sintió miedo.
Dio un paso atrás asustada, de repente sintió el frío de la noche en sus pies descalzos y el aire gélido colándose entre la tela de su camisón blanco de dormir. Y entonces escuchó fuertes pasos que venían subiendo la escalera de la casa. Eran ellos. La habían descubierto. Y el miedo que sintió un segundo atrás se convirtió en un rapto de adrenalina, la respiración se le aceleró y un sudor frío le recorría la espalda a chorros. Dio un paso hacia el ropero y se agarró con fuerza de la puerta. Escuchó los pasos llegar hasta la entrada de la habitación y pudo ver varias sombras que se colaban por la pequeña rendija del suelo. El corazón le martillaba el pecho.
Entonces el destello púrpura brilló, como luz titilante desde el fondo de la escalera del ropero. Un poco primero, luego más rápido.
Golpes se empezaban a escuchar en la puerta. Voces del exterior la llamaban por su nombre y le ordenaban que abriera la puerta. La luz cada vez parpadeaba más violentamente.
Miró hacia la ventana. Podía aún resolver todo saltando por ahí. No más dolor, no más miedo. Sólo calma y silencio, paz por siempre.
Pero entonces, ¿por qué aquella luz la llamaba? Porque aún quedaba mucho por hacer.
La puerta volvió a resonar. Suspiró profundamente y se secó las lágrimas, se ordenó el cabello. Y dio un paso en el frío escalón de piedra, y levantando ligeramente la enagua de su camisón dio otro paso más y otro más. Antes de perder por completo de vista la habitación, miró un momento, y lo único que alcanzó a ver fue el marco de su ventana y afuera una noche espléndida, llena de estrellas y una luna hermosa, luna llena. Suspiró y una lágrima le escurrió la mejilla. Después de todo había alguien a quien extrañar de esa vida que estaba a punto de dejar atrás para siempre, y era esa luna majestuosa, solitaria y distante, que siempre la acompañaba incluso en sus momentos más tristes. Le lanzó un beso al aire y continuó su nuevo viaje sin volver jamás a mirar hacia atrás. La puerta del ropero se cerró a su paso y el resplandor púrpura que momentos antes iluminaba la habitación se apagó dejando todo en penumbra con sólo la luz de la luna entrando por la ventana. Esa luna que fue testigo de cómo una chica ordinaria encontró la magia en su momento de mayor desesperación, y no dudo en ir tras ella a vivir otra vida.
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