El arte perdido

Son las 12 y media del día, ya se siente el calor, aunque no tanto como el de semanas pasadas; se agradece el bajón de temperatura. Veo las redes sociales mientras encuentro el momento ideal para comenzar este texto. Las novedades no son tales, coronavirus, nueva normalidad, disturbios en EUA... el mundo yéndose a la mierda, pues. Pero creo que de cualquier forma, el mundo se ha estado yendo a la mierda de poco en poco desde hace unos cuantos siglos, nada distinto esta vez. 

Sin embargo, hay un aspecto de esta crisis actual que me llama la atención, y que creo sí marca una sustancial diferencia respecto de los "apocalipsis" anteriores. 

Quitando de en medio el inútil debate de si el virus existe o no (porque no quiero amargarme el día hablando con esas criaturitas que dicen que es un invento del gobierno) el gran pleito social hoy en día es el respeto de la cuarentena. Hay países que ya están haciendo torpes intentos por regresar a la llamada "nueva normalidad", reabriendo escuelas, oficinas, negocios, e imponiendo ciertos códigos sanitarios como el uso obligatorio de cubrebocas y caretas en público. La gente en dichos países, desde el más rico hasta el más pobre, ha respondido a este llamado, saliendo en hordas a las calles, a los centros comerciales, a los gimnasios, armados con gel antibacterial y cubrebocas de distintos colores, marcas, materiales y precios, que si bien no son certeza de salvación, si hacen una muy llamativa foto de instagram (#nuevanormalidad, #cubrebocafashion, #porfinpuedosaliralucirlaropaquemecompreeninternet).

Hay otros países que se mantienen más reservados respecto del fin de la cuarentena, que tienen a la policía en la calle vigilante de cualquier listo que quiera ir por la vida de kamikaze, sin embargo, ya encontramos muchos videos en redes de personas que recurren a todo tipo de artimañas (perritos realistas de peluche con correa rígida, uniformes de policía o personal sanitario falsos) para burlar el veto y salir cuando se les hincha la gana. 

Pero lo que todos los países tienen en común, y que es lo que define tanto esta cuarentena como esta era de la humanidad, es la IMPACIENCIA.

Eso que se practicaba por lo general cuando el amigo con quien se tenía una reunión llegaba una hora tarde, o cuando el transporte público no pasaba y ya íbamos tarde a la escuela o el trabajo. Esa sensación de angustia, nerviosismo e impotencia mezcladas, desde hace algunos años, y más en estos momentos, es el pan de cada día. Como ejercicio de paciencia, veamos cuanta gente que se tope con este texto, llega hasta el último párrafo sin saltarse líneas o de plano abandonándolo a la mitad. 

Veo muchísimas publicaciones al día de gente quejándose porque su compra del supermercado en línea no llegó el día que se agendó, porque su pedido de Liverpool o Amazon o Mercadolibre tiene casi una semana de atraso, porque su cena de Uber Eats llegó fría, porque el precio de los cubrebocas y el lysol se disparó y hay pocas existencias, porque Costco no deja entrar a más de una persona por membresía a la tienda. Gente que se admite deprimida por no poder comprar ropa en Zara, por no poder ir al cine, por no poder salir al bar a echarse una cerveza. 

Veo estudiantes quejándose del profesor que no sabe usar la plataforma de educación a distancia, y veo padres suicidándose casi porque no saben que más hacer para entretener a sus hijos y de paso a ellos mismos. Gente que ya se anda columpiando de las lámparas porque no sabe qué hacer con su vida en este encierro indefinido. Ya no saben qué más comprar, qué mas cocinar, qué más ver en Netflix, que pareciera que no se actualiza al ritmo que los usuarios se acaban sus contenidos.

Y ergo, veo gobiernos nerviosos, que ante tanta presión social y empresarial están inaugurando la nueva normalidad antes de tiempo, sin haber una cura, sin haber garantías. Sin importar si los contagios y muertes se dispararán gracias a este salto precipitado al vacío. 

Antes de seguir, quiero aclarar que sí entiendo la situación precaria de los pequeños y medianos empresarios, de los freelancers, de los ambulantes, porque yo misma acababa de abrir un pequeño negocio en diciembre, y ahora lo tengo cerrado hasta nuevo aviso. Entiendo lo que es esa angustia y urgencia por generar recursos, y no poder hacerlo dadas las medidas de sana distancia, sí lo entiendo, pero desgraciadamente ese debate tiene mucho que ver con lo que el gobierno hace o deja de hacer para proteger a los ciudadanos vulnerables. Eso es tan complejo como la economía misma de cada nación, eso no es culpa de la gente, pero sí es culpa de lo que voy a narrar a continuación. Retomo.

Esa urgencia que caracteriza a la sociedad actual, urgencia de poder volver a la vida normal, de que las cosas funcionen rápido, es un claro síntoma de lo inútiles que nos hemos vuelto la mayoría como individuos. 

Probablemente si un abuelo o bisabuelo nos oyera quejarnos, reiría a pierna suelta, o nos daría una charla de esas que apabullan. Nos dirían algo así como "¿y te quejas por tener que estar en tu casa, con internet, con redes sociales, teléfono, videollamadas, televisión, pero principalmente con electricidad, agua y gas, y con despensa entregada a domicilio??? Tú sí que no sobrevivirías una guerra". Y tendrían toda la razón. 

El arte perdido de la paciencia sólo lo entienden aquellos que vivieron en un mundo en el que las respuestas no estaban en Google, sino en libros o de plano en la suposición empírica, un mundo en el que para tomar agua había que ir por ella a un pozo, para tener luz había que despertarse y dormirse con el sol, para tener diversión había que usar la imaginación, el ingenio, la destreza, para enterarse de las cosas había que leer, o escuchar una radio con muy pocas frecuencias, ese mundo en el que la conversación era la base de la comunicación familiar o entre amigos.
 
Aquel mundo en el que la gente digna de admiración y respeto lo conseguía como resultado de una serie de habilidades o conocimientos adquiridos con esfuerzo y el paso del tiempo. Una realidad en la que las adversidades se atravesaban muchas veces a oscuras, sin comer, con frío y sed, sin bañarse, y de plano sin salir no por obligación, sino por miedo real a morir afuera. 



Pero hoy en día, las garantías de nuestro presente hacen que nos volvamos esta especie de criatura demandante, quejosa y egocéntrica, que piensa que el universo entero fue creado y funciona para "hacernos vivir nuestra leyenda". Qué pendejadas. 

El ser feliz no se trata de la escenografía, se trata de la esencia de la felicidad en sí. Puede uno ser feliz estando callado y sentado en una silla sin spotify de fondo, sin un snack, sin el celular dando lata con las notificaciones, sudando un poquito, sin clima ni ventilador, sólo acompañado de la propia respiración y tal vez la luz del sol entrando por una ventana... sí se puede ser feliz tan sólo en la auto conciencia. 

El hecho de que hoy en día toda nuestra existencia y plenitud se la entreguemos a la estructura, hace que cuando esa estructura nos falla, sintamos de golpe toda esa desesperanza, esa angustia y esa impaciencia. 

¿Qué es la estructura? Lo es todo actualmente: Ya no podemos querer o apreciar a alguien sin tenerlo en facebook agregado y etiquetarlo en publicaciones, ya no podemos decir cosas bonitas en un texto sin ponerle emojis para que se vea que de verdad lo sentimos así, ya no podemos salirnos del grupo de whatsapp de la familia a riesgo que piensen todos que los odiamos, ya no podemos pasar semanas ya ni se diga meses, sin pedir al menos una vez comida "comfortable" a domicilio (entiéndase sushi, hamburguesas, taquitos, pizza o las famosas alitas), como garantía de que esa comida por la magia de su grasa y procesamiento, hará que la reunión, la cena o el momento sean más "especiales"; ya tampoco podemos pasar un día sin abrir los servicios de streaming para "ver que hay". En otras variantes, hay mujeres que ya se sienten desesperadas porque llevan semanas sin hacerse un corte de cabello, un tinte o unas uñas de gel, y hombres que no conciben los domingos sin la liga de fútbol televisada.

Esas falsas necesidades además vienen de la mano de estas otras garantías de las que hablaba más arriba: "Entrega inmediata", "Envío exprés a domicilio", "Si no llega en 30 minutos es gratis", "Instantáneo", "Abre fácil", etc. De manera que no solamente creemos que debemos tener de todo para ser felices, sino que debemos tenerlo "a la de ya". 

Hablando desde la experiencia propia a manera de ejemplo, mi esposo y yo buscamos varias formas de evitar salir sin necesidad de casa. Primero hicimos un pedido por whatsapp al minisuper Fasti, y nos contestaron el mensaje unos minutos después de enviado, tomaron nuestro pedido y la compra llegó aproximadamente unos 45 minutos después de que se hizo la orden. Para nosotros fue una maravilla, sin salir, buena atención y no tardó tanto. Pero esa es nuestra percepción, trabajada con paciencia y  entendimiento de la situación actual. Y hasta hoy seguimos haciendo nuestros pedidos regulares a ese minisuper, que a veces trae nuestra compra en 20 minutos, otras en 2 horas, pero es que no somos sus únicos clientes, ni estaban preparados para la alza impresionante de pedidos a domicilio, y aún así nuestros productos siempre llegan completos, frescos y en buen estado. 

Este mes hicimos ya un pedido grande a Superama, a través de su app, y esa compra tardó casi 2 días completos en llegar, tiempo durante el cual siempre tuvimos una comunicación directa por teléfono con personal de la tienda que nos pedía disculpas por el retraso pero sus pedidos eran demasiados. Después de que llegó la compra nuestro veredicto fue: Excelente y aceptable. ¿Por qué? porque si quisiéramos algo del súper con urgencia verdadera, podríamos ir personalmente por ello, pero realmente ¿qué tanto urge que llegue la compra de los productos del mes como el limpiador de pisos y el líquido para limpiar ventanas? 

De la misma manera, a casi dos meses de estar encerrados, mi esposo y yo hemos pasado un excelente tiempo juntos platicando de cualquier tontería con un café negro, o cada quien por su parte leyendo un libro, viendo una película, durmiendo la siesta, cocinando algo rico, pero en todo momento tranquilos, sin estar angustiados o irritados, como si lo que hay afuera ya fuese a desaparecer y ya nunca pudiésemos verlo. El cine, el bar, el centro comercial, el restaurante, el parque y la playa ahí van a estar cuando todo esto pase, en un par de meses o un año más, no importa. 

Si toda esa gente angustiada e impaciente se diera cuenta de que lo único, así único indispensable es comer, respirar, dormir, ir al baño y no pasar climas extremos, entenderían que lo demás es lujo, y en vez de lloriquear o incluso infringir la cuarentena con pretextos tontos, agradecerían mucho todo lo que tienen.

Y lo más importante, si la sociedad de consumo, arrastrada por los intereses monetarios de las empresas, no ejerciese tanta presión sobre el gobierno para acabar la cuarentena, no se estaría hablando en estos momentos de "nueva normalidad", sino de subsidios económicos y plataformas de apoyo a pequeños empresarios, a vendedores, a freelancers, para que pudieran pasar ellos también su encierro sin padecer, y todos juntos pudiéramos cuidarnos de la amenaza del virus. 

Ese que se queja con groserías en la sección de comentarios de los servicios de entrega a domicilio, ¿ya se puso a pensar que el almacenista, la cajera, el motociclista también son personas y también se pueden enfermar y morir por no guardar la sana distancia?

Esa que exige muy indignada que su compra del súper llegue el mismo día de la compra ¿ya pensó en todos los agricultores, transportistas e intermediarios que permiten que ella tenga su producto fresco en casa en un lapso menor a 48 horas, y que no tiene que molestarse en cultivar, sembrar, regar, fumigar y cosechar, cargar, manejar, estibar, clasificar, ordenar ni administrar nada? Sólo tiene que esperar 2 malditos días en la comodidad de su sillón a que alguien toque a su timbre. 

Y aguas, esa gente que dice estar muy bien, excelente, pero publica 500 estados en diferentes redes al día, ¿qué va a pasar el día que por alguna razón se queden sin internet varios días? Porque de pasar, puede pasar... Y ¿a qué se van a dedicar entonces? Porque el arte de los hobbys es un arte también olvidado y de paciencia. Aprender a tejer, a cuidar de las plantas, a bailar, bajar de peso haciendo ejercicio, leer novelas, escribir un diario, tocar un instrumento musical, hacer carpintería o maquillaje, todo ello requiere de darle tiempo, esfuerzo, imaginación. Y la verdad no cuenta que tomen la foto del libro o del tejido para Instagram y luego no vuelvan a tocarlos, por eso luego andan en crisis todos deprimidos porque "nunca terminan nada de lo que empiezan". La determinación es clave en todo periodo de prueba como lo es este.

Y ya de paso, honestamente, si sus hijos o hijas pierden un año escolar ¿es más importante eso que mandarlos a la escuela en septiembre junto cientos de compañeros, a que todos se contagien y contagien a sus maestros y directivos y conserjes? O ¿no será que no saben cómo criar hijos sin tenerlos 8 horas diarias fuera de casa, y lo de la escuela es pretexto para no tener que enfrentarse a ellos tantas horas al día?

Esa gente que se forma por pizzas y cervezas, como si fuera la fila de racionamiento de la guerra ¿todo bien en casa?

Eso es lo que la sociedad capitalista no puede entender, que el tiempo es dinero, pero también es vida. No porque un país llegue antes a la "nueva normalidad" eso es sinónimo de que tiene el mejor gobierno, si no es una carrera. Aquí todos estamos jodidos desde el momento mismo en que no hay cura conocida y no hay garantía de que un contagiado vaya a evolucionar normal o fatalmente. 

El que a menos de 4 meses ya el mundo entero esté urgido por volver a salir a las calles sólo es síntoma de lo pobres que somos por dentro, en casa, en el silencio, en la austeridad, en la simpleza. Y también revela cómo somos de esclavos, cómo nos tienen atados a falsedades y quimeras. Nosotros creyendo que seremos libres el día que se acabe la cuarentena, pero en realidad volveremos a nuestras esclavitudes cotidianas (un cafecito de Starbucks sobrepreciado para la foto, una membresía de un gym que no pisaremos o que podríamos cambiar perfectamente por una rutina gratis en casa, el obligatorio viernes de antro para sentir que somos gente que "vive el momento")... 

No quiero acabar sin antes dar las gracias a todas las personas que hacen posible que en este momento pueda estar aquí sentada en casa, con internet, con agua, luz, gas, comida, plataformas digitales,muy segura y cómoda. Y como no encuentro otra forma ni tengo mayores recursos para mostrarles mi agradecimiento, lo haré siendo responsable, cuidando de no extender el contagio quedándome en casa, comprando todo lo que pueda a productores locales, apoyándolos en sus redes, recomendándolos, siendo paciente y respetando su esfuerzo, manteniendo una buena actitud con mi esposo, con mi familia, mis amigos, mi gato, y conmigo misma, porque ningún caprichito disfrazado de urgencia se compara con las riquezas que ahora tengo, que son ellos. 

Hay que tener fortaleza, aunque esto dure mucho más. Debemos exigirle al gobierno que nos cuide a todos, no que nos de permiso de salir de casa antes de tiempo.

Ánimo y paciencia. 






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