Corazón: diario de un niño, a la luz de un experto

Uno de los libros que más disfruté leer en mi infancia-adolescencia, a sugerencia de mi padre, fue el de Corazón: diario de un niño, título castellano de la obra decimonónica del italiano Edmundo de Amicis, Cuore, que narra las aventuras a lo largo de un año escolar, de Enrico, un niño de Turín que funge como narrador de la historia contada a través de las páginas de su diario personal. Esta sencilla pero conmovedora historia presenta a una Italia costumbrista y sobretodo pedagógica, resaltando ante todo los valores de la amistad, la honestidad y la valentía, dirigida a una infancia y a un pueblo en formación.

Sin embargo detengo mi escueto análisis de ligas menores para cederle el honor a un querido amigo que realizó una excelente reflexión de esta obra para la revista Letras Libres en su edición de junio de 2009, y al que felicito sinceramente por ser tan buen escritor, chef y mi nuevo primo político. Salud a Fabri, y un abrazo a su dulce Lara, mi querida hermana mayor.


Corazón, de Edmondo De Amicis
por Fabrizio Cossalter*

Cuarenta ediciones en el mismo año de su publicación (1886), un millón de copias vendidas tan sólo hasta 1923: Cuore –la historia del año escolar 1881-82 escrita por el antiguo oficial del ejército del Reino de Cerdeña Edmondo De Amicis, quien participó en la tercera guerra de independencia y luchó en la batalla de Custoza– representó, junto con Pinocchio de Carlo Collodi, la cumbre de la producción literaria para la infancia y la adolescencia hacia finales del siglo XIX.

Falto de la imaginación “anárquica” de su contemporáneo, De Amicis ideó con gran habilidad de colporteur el único auténtico feuilleton nacional-pedagógico de la nueva Italia, tratando de dibujar las virtudes patrióticas que debían de fraguar la identidad de la recién nacida nación. Dotado de una estructura compuesta y mixta, en la que se entremezclan el diario del alumno de primaria Enrico Bottini y las cartas de su padre, su madre y su hermana mayor, además de los “relatos edificantes” del maestro Perboni, hoy en día Corazón sigue ofreciéndonos una perspectiva inmejorable para avizorar los criterios, los límites y las aporías que signaron el proceso de nacionalización de los italianos.

Y, de hecho, esta voz de una Italia aún niña –según la certera definición de Alberto Asor Rosa– compendia de una manera extraordinaria los valores de la burguesía de antaño, una burguesía destinada a engendrar aquel bloque nacional-corporativo que protagonizaría la futura historia italiana, desde las guerras coloniales y el fascismo hasta la trágica participación en la Segunda Guerra Mundial.

Así pues, las consecuencias, entre dramáticas y grotescas, de la quebradiza y siempre inestable identidad italiana remiten justamente a la época bosquejada por Corazón, en la que los ideales del Risorgimento empezaron a convertirse en la ideología de un inédito asset de poder: el culto tributado a la madre y al padre, el amor a la patria, la reverencia hacia el ejército en cuanto escuela de virilidad, la apología de la normalidad y el respeto por el sistema celebrados por De Amicis certificaron, en efecto, la inevitable conexión entre la ambición pedagógica y la naturaleza jerárquica de la moralidad burguesa.

En su búsqueda de un corpus homogéneo de reglas de comportamiento admisibles –y de los correspondientes tabúes sociales–, el escritor ligur inventó algunos de los más inolvidables y duraderos personajes de la literatura infantil: De Rossi, hijo de un comerciante –esa burguesía mediana orientada a ser, en el pensamiento del autor, la médula de la nueva Italia–, guapo, sano, educado e inteligentísimo representa, en tal sentido, la figura simbólica y la encarnación ideal de las virtudes nacional-patrióticas.

Al contrario, el aristócrata Nobis y el proletario Franti –ambos modelos negativos– son marcados por una irremediable lejanía de los cimientos éticos de la italianidad in fieri: el primero ha heredado la soberbia obsolescencia de una nobleza corroída por sus privilegios seculares y por lo tanto incapaz de enfrentarse a los retos del presente y el futuro. El segundo es un lumpen irredimible y rebelde –se trata, a fin de cuentas, de Turín, la ciudad en donde floreció la antropología criminal de Cesare Lombroso–, delincuente por instinto y nacimiento: su destino es una existencia de exclusión y marginalidad, detrás de las cuales apenas se esconde el miedo al conflicto social, que en unos años estallaría provocando el quebrantamiento de la inicial benevolencia de los intelectuales italianos hacia la educación política de las masas.

Y la relevancia histórica de Corazón –sin duda una obra maestra en su género– estriba justamente en el papel de moralista y pedagogo que Edmondo De Amicis desempeñó en la formación de una moderna cultura burguesa, evolucionista y positivista: a aquella Italietta gris, decente y claustrofóbica de la época umbertina se sobrepusieron, tras la crisis de fin de siglo, los sueños nacionalistas e imperialistas y los febriles insomnios autoritarios de una clase dominante ya eficazmente dueña de todos los recursos del control social.

En este sentido, Corazón constituye uno de los primeros capítulos de la larga historia del populismo italiano, en donde esas imágenes sentimentales de los hijos de unos obreros y artesanos humildes y trabajadores –que hicieron su fortuna editorial– trazan el perfil de un pueblo siempre interpretado a través de las herramientas ideológicas de un proyecto hegemónico de signo indudablemente clasista.

Pero la jovencísima Italia “solidaria” relatada por de De Amicis –con su mezcla tan típica de sacrificio colectivo, altruismo y autoritarismo oligárquico– no llegó siquiera a crecer, transformándose más bien en el reino de un nacionalismo de cartón piedra que envió a los compañeros del burgués Enrico a combatir para unos mitos patrióticos en los que nunca pudieron creer y a morir en el barro de las trincheras o bajo el sol de un desierto africano.
 
 
 

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