Vivir de veras

Posiblemente no hay un sólo ser humano en este mundo que no le tenga miedo al cambio. La incertidumbre de lo desconocido nos provoca ansiedad y angustia. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Cómo sabré que hacer? ¿Será una buena decisión?  ¿Y si todo sale mal? ¿Y si me arrepiento?...

No hay nada más aterrorizante que ser sacado de la cómoda rutina, de lo familiar, de lo cierto, para ser lanzado a situaciones nuevas donde nada es seguro, donde hay que empezar otra vez, donde hay que actuar diferente. Ya nos lo hicieron una vez cuando vivíamos tan felices en el vientre de nuestras madres, día tras día, tibios y protegidos, cuando de repente, ¡zaz!, empiezan los empujones, y lo siguiente que sabemos es que tenemos mucho frío, la luz nos asusta, todo da vueltas y un hombre en bata nos golpea el trasero.

Después de ese trauma infame pasaremos el resto de nuestras vidas tratando de volver a sentirnos a salvo. Y para eso, hacemos planes... o la gente que nos cuida los comienza a hacer por nosotros. Nos visten con ropitas rosas si somos niñas, o azules si somos niños, nos peinan, nos bañan, nos enseñan a hablar, a comer, a caminar,  y desde luego, a portarnos bien, para que nada malo nos pase.

Y a partir de ahí nuestras vidas se vuelven un itinerario. Ir a la guardería, ir al jardín de niños, a la primaria, a la secundaria, al bachillerato, a la universidad (si tenemos suerte) y a los posgrados (si somos muy necios). Luego el trabajo, el sueldo, la adquisición de bienes, y por ende, de deudas, todo para construir nuestra futura seguridad. Sin olvidar que en el camino buscamos el amor, y si tenemos muchisima suerte lo encontramos, unimos nuestra vida a la de otro ser humano que igual que nosotros se muere por sentirse seguro y completamos el proceso de maduración al convertirnos en orgullosos padres de familia, suegros, abuelos, en fin...

Pasan los años, una vida normal transcurre, en la absoluta estabilidad -altibajos aparte-  y un día, nos encontramos viejos, medio enfermos, o muy enfermos, seguramente cansados, y para nuestra sorpresa, nos damos cuenta de que seguimos igual de indefensos que cuando nacimos, no importa si en el camino amasamos increibles fortunas, logramos los mejores tratos o tuvimos a nuestro cargo enormes empresas, seguimos profundamente ofendidos con aquel hombre de blanco que nos cortó el cordón umbilical. Entonces ¿qué es lo que debimos hacer?

Mucha gente cree que vivir es crecer y hacer lo nos corresponde hacer en la vida: ser buenos. Buenos hijos, buenos padres, buenos esposos, buenos empleados o jefes, buenos compañeros y amigos, buenos ciudadanos. Toda nuestra vida consagrada al cumplimiento del deber y la palabra. Es verdad, ser bueno es la clave para vivir, pero no es en lo absoluto, estar vivo...

 Es muy fácil dejarse llevar por el flujo de la existencia, pero estar vivo de verdad significa caminar en contra de la corriente. Esta puede parecer una lista de no tan buenos consejos, pero hay que decir que sería imposible conocer de verdad la vida, sin haber hecho un repaso tanto de lo bueno, como de lo malo, y que diga misa la alta sociedad. Eso es la vida, caminar como en un tablero de ajedrez, entre lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, aprendiendo a cada instante.

Estar vivo es: jugar con soldaditos si eres niña, jugar a las muñecas si eres niño, tomar clases por las tardes de mil cosas y nunca terminar un solo curso, comer dulces a escondidas, asustar a alguien y reir a carcajadas con sus gritos, ensuciarse la ropa jugando a rastras por el suelo, probarse las zapatillas y el maquillaje de mamá, irse de pinta, acortar la falda del uniforme enrollándola en la cintura, hacer caricaturas graciosas de un maestro, tomar el coche sin permiso para dar la vuelta, entrar a la disco antes de la mayoría de edad, tomar esa copa de más, permitir que esa mano vaya mas abajo de la espalda, dejar la carrera a la mitad para viajar o hacer otras cosas, elegir la profesión de músico en una familia de abogados, ser el que inicie las discusiones en el salón de clases, que tus maestros te tengan miedo, cambiar de trabajo cada año, mudarte de casa constantemente, cortar tu cabello o pintarlo en mil formas distintas, aprender a bailar tango, conocer todos los bares y restaurantes de tu ciudad, y los moteles también, gastarte una quincena entera en cosas que no necesitabas, darle regalos a tu esposo o esposa en un día cualquiera, ver dos películas seguidas en el cine con muchas palomitas, dejar que tu hijo tome clases de baile, y que tu hija juegue futbol, cambiar la posición de tus muebles tantas veces como sea posible, abrir un negocio, tener un amigo en cada país del mundo, solapar a tus nietos, escribir un blog...

La vida no puede ser una sucesión de acontecimientos probables y ya. La vida es justamente lo contrario, los cambios en el guión, los giros inesperados, la improvisación, eso es, improvisar constantemente para no ser absorbidos por la costumbre. Cuando se nos presentan nuevas situaciones u oportunidades, no deberíamos detenernos a hacer tantas preguntas que de cualquier manera no sirven para nada. Lo ideal sería lanzarnos a la aventura para después poder narrarles a los demás como nos fue, bien o mal, pero con una certeza, y no con la duda del "qué hubiera pasado si".

Tal vez así un día, cuando seamos viejos y meditemos acerca de nuestra vida, no podamos mas que reirnos de nuestras propias travesuras, sentir que vivimos y que podemos irnos en paz.

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